martes, 14 de septiembre de 2010

Como cualquier día entre semana, a las 5:30 a.m. suena la alarma de mi Blackberry. La apago y suena cinco minutos más tarde. Con pocas ganas de levantarme, me convenzo de que me sentiré mejor si llego a tiempo a clase. Me meto a la ducha y quince minutos después me siento con más energía y con mucha hambre. A eso de las 6:05 a.m. escucho a mi mamá decir “!Chini, ya está tu comida, apuráte a bajar!”. Bajo las escaleras con un zapato puesto y el otro en la mano y medio peinada, como siempre, y me disfruto de un jugo de papaya con naranja junto a dos huevitos estrellados con cebolla y tomate, una tortilla y frijoles volteados con crema fresca y chile jalapeño. Sólo con pensarlo, se me hace agua la boca.

Después de haber subido a lavarme los dientes y a echarme un par de “splashazos” de perfume Roxy Love, bajo rápidamente las gradas, me subo a mi carro y pongo en mi “ipod” alguna canción de Jack Johnson que me evite pensar del largo camino y el tráfico que me espera durante la trayectoria hacia la Universidad del Istmo. Después de todo, el kilómetro 17.5 de Carretera al Salvador, es uno de los puntos más embotellados de la ciudad a esa hora.

Tras muchas canciones, bocinazos, impaciencia, un largo túnel que recorrer y unos minutos después de las 7 am, entro a clase un poco agitada pero contenta de haberlo logrado. Después del primer periodo, me tomo el clásico café de cinco quetzales en la cafetería lo que me hace sentir más despierta y relajada.

Al terminar las clases, me apresuro hacia mi carro para irme de la universidad. A esa hora lo único que anhelo es ir a descansar a mi casa. A pesar de saber que la realidad me espera otros 40 minutos o más metida en el carro debido al tráfico, estoy muy emocionada al saber que comeré rico y podré descansar en el sofá de la sala mientras miro un poco de TV.

Después de haber devorado mi comida favorita (pollo al limón y cebolla con puré de papas) y descansado un poco, a eso de las 3:45pm, me cambio de ropa para ir al gimnasio. Ésta es una de las partes favoritas de mi día, ya que me encanta hacer ejercicio. Agradezco todos los días que el recorrido hacia el gimnasio lo puedo hacer en bicicleta, ya que éste se encuentra solamente a un kilómetro de distancia.

Tras haber esquivado a un par de personas y chuchos callejeros, llego a Sporta con una gran sonrisa. Dejo mi bicicleta amarrada cerca de la puerta principal, entro y subo hacia la clase de Spinning. Una hora y media después, me monto en mi velocípido y tomo el camino hacia mi casa.

Luego de una larga ducha y comer atún con limón y mayonesa, me pongo a hacer mis deberes de la universidad. Termino el día leyendo un poco de novela histórica como La isla bajo el mar de Isabel Allende. A eso de las 10:30pm, apago la luz de mi cuarto y me acuesto a dormir, despidiéndome de la conciencia de la cual he abusado conforme pasó el día y saludando a mi inconsciente que exploraré durante unas siete horas de sueño.